‘Si puntuamos en Sevilla, somos
líderes‘. El mensaje de Mou, luego de caer derrotado el pasado sábado por un gol a tres
frente al Barsa en el estadio Santiago Bernabéu fue
simple, claro y directo. Muy dolido en su superlativo orgullo, el técnico
portugués no tuvo otra salida que recordar a su decepcionada afición que llegar
al parón navideño con el liderato de la clasificación liguera como estandarte
aún estaba a su alcance. Necesitaba pasar página. Necesitaba hacer olvidar la
pesadilla del Clásico a los suyos. Fue entonces cuando cometió la torpeza de
infravalorar la presencia del Sevilla en sus cábalas.
Requiere
de muy poco el sevillismo para convertir cada visita del Madrid al Ramón Sánchez Pizjuán en un espectáculo no apto para hipertensos. Si la grada de Nervión aprieta
habitualmente, cuando el visitante es el conjunto madrileño la presión aumenta
de manera considerable. Por eso, si al tradicional ambiente calentito del
estadio sevillista se le añade un chorretón de tabasco en forma de declaraciones
susceptibles de ser malinterpretadas, el efecto conseguido es imprevisible
pero, desde luego, poco favorable al equipo visitante.
No está siendo este Sevilla de Marcelino un equipo arrollador. Como cualquier
conjunto en construcción, el hispalense intercala actuaciones dignas de elogio,
como el empate a cero cosechado en el Camp Nou con la actuación estelar de Javi Varas, con fiascos impropios de un
equipo que quiere aspirar a Europa, como fue la derrota en casa frente al
recién ascendido Granada o el sufridísimo empate a dos frente al Racing. Los
evidentes problemas de cara al gol (promedian únicamente un gol por encuentro)
lastran en exceso a un equipo que, si bien mantiene un notable nivel defensivo
con la presencia en el eje de la defensa de un Emir Spahic que está siendo, hasta el momento, el
mejor fichaje de los sevillistas en la presente campaña, sufre demasiado con la
aparente falta de puntería de los Negredo, Del Moral (máximo
goleador del equipo) o Kanouté.